El Cortijo de Copé.


En la década de los cincuenta compró mi tío José este cortijo con sus cien hectáreas. Está enclavado en la sierra de Santa Eufemia (Córdoba) en la parte de la umbría en el sopié de la Morra, es un terreno tipo dehesa con muchas encinas y monte.

Lo compró principalmente para cazar el perdigón aunque se cultivaba pues su tierra pese a tener mucha piedra es muy buena, como la tenía de recreo mandó construir varios majanos de piedra, uno de ellos enorme con tres pisos y otra veintena más pequeños de dos casi todos. De pequeño recuerdo a mis tíos y sus amigos cazarlos con el hurón con un resultado espectacular, antes batían el monte y después con los hurones se hartaban de matar conejos.

Entonces estaban de guardeses una familia de Hinojosa del Duque, Avelino y la Andrea que tenían tres hijos mas o menos de mi edad y con los que jugaba a todo, también íbamos a coger faisanes, una seta excepcional que en los meses del perdigón salían.

En el cerro a la derecha del cortijo fue la primera vez que asistí como espectador de un puesto del perdigón, me llevó mi tío subido en el caballo alazán que tenía entonces para este menester. Del pájaro me acuerdo que lo llamaba Badajoz, se lo había comprado a Basiliso Fernández que entonces estaba de policía en la frontera de Portugal, tenía siempre una colección de reclamos extraordinarios, habia muchísima perdiz donde cazaba y el que era expertísimo en cazar mataba muchísimas todas las temporadas, utilizaba una paralela del catorce milímetros.

Volviendo al puesto, fue una tarde y tiró varios, aquel pájaro tenía la costumbre de mayear muy fuerte en el tango, le dije a mi tío, tito ahí hay un gato, jjj,  él por lo bajini me dijo que no que era el perdigón.

La experiencia no me gustó, pues no me podía “ coscar” ni hablar, vamos un suplicio para mi.

Entonces tenía para hacerle los puestos al Chato de la María de la tía Higinia que era sevillano y le gustaba el vino más que comer. Una noche se puso de aguardo en la era pues según él entraban liebres, pegó dos tiros, al rato se presentó con dos conejos caseros enormes de los que tenía la Andrea sueltos, la llantina que cogió fue sonada. Otra;  una tarde cuando recogió a mi tío del puesto e iba andando con el perdigón a la espalda y la escopeta se arrancó una perdiz y le disparó, el caballo emprendió a galope tendido para el cortijo sin poderlo parar, se paró cuándo llegó a la puerta.

Sacaron en conclusión que posiblemente habría tenido alguna mala experiencia en la guerra civil.

El otro mozo de perdigón que tuvo muchos años antes que el Chato fue  tío Manuel Jallao de la Higuera que toda su vida fue cosario de caza menor.

Era un hombre práctico al cien por cien en los temas de la caza. Un día que subían por la vereda de la umbría en el collado vieron que estaba la guardia civil, el Jallao emprendió la huida con el pájaro y la escopeta los guardias le echaron el alto y no paro, le dispararon varias veces, mi tío siguió vereda arriba hasta llegar a ellos.

- Buenas tardes, no ha visto usted un guerrillero?.     - Si ustedes saben que es un guerrillero no le disparen al aire, les respondió . - Me parece que habla usted demasiado. - Yo en lo mío le hablo como quiero hasta al Caudillo. - Bueno hombre pues esta noche se presenta en el cuartel y se lo va a decir al cabo. Regresó al cortijo y estaba el pobre del Jallao temblando pues le habían pegado muchas veces los civiles a cuenta de la caza.

Los albañiles que estaban trabajando aquellos días en el cortijo eran de Santa Eufemia y le advirtieron a mi tío que aquella noche como fuera al cuartel se exponía a recibir una paliza ya que el señor cabo se las gastaba así. El sabia que en la Comandancia de Pozoblanco estaba un capitán que de teniente había estado en Quintana y eran muy amigos,  sin pensárselo se fue a verlo. - Que te trae José? - Ya sabe usted Don Domingo las cosas de la caza como siempre. Le contó el episodio y sin más se puso en la máquina de escribir y le redactó una carta, la metió en un sobre, la cerró y le dijo ésta para el cabo. Has hecho bien en venir a verme.

Aquella noche pues al cuartel, como lo había citado la pareja. Al llegar en la puerta donde estaba el cabo lo tuvo mas de media  hora esperando y cuándo le pareció lo hizo pasar.  – Entra,  le dijo. Mi tío sin dejarlo mediar palabra le entregó la carta y cuándo terminó de leerla le cambió la cara,  le dijo que se podía retirar. Estuvo cazando muchísimos años cuándo estaba prohibido por la ley y no lo molestó. Entonces era el gobernador civil de Córdoba don Victoriano Barquero íntimo amigo suyo y primo de su mujer mi tía Beatriz,  entre el capitán y el gobernador arreglaron el terreno para que lo dejarán cazar tranquilo. 

Pasaron los años y se aficionó mi tío Vicente Dávila hermano de mi madre y cuñado suyo, también un catalán comisionista en lanas, que era el quien le facilitaba los negocios en los lavaderos de Cataluña, se llamaba  Niceforo Valero.

Allí pasaron muchos años cazando tranquilamente, hasta que el señor  cabo una tarde le quitó la escopeta al tío José y desistió de cazar en aquellas sierras, pasando a hacerlo en Quintana y  Valle de la Serena. 

Por los años 70 se autorizó la caza del perdigón y entonces volvimos a cazar en el termino de Santa Eufemia algunos de la familia. 

El primer año que fuimos partimos un día de la Candelaria en el camión desde Quintana con los colchones, pájaros y viandas mi tío José Pérez Cardona, Nino y yo.

Cuándo llegamos a la venta que está al lado de la carretera dejamos el camión y andando subíamos al cortijo distante unos tres kilómetros y comprobamos que era imposible subir. La suerte nos acompañó y nos encontramos con dos piconeros vecinos Miguel el Tuerto y Aniceto que venían con sus mulas, le contamos el tema y no lo dudaron un momento, se ofrecieron a subir todos los enseres.

Cuándo terminamos era casi de noche, Nino regresó con el camión y ellos cargaron su picón y al pueblo. La noche para mi tío y para mi fue un poco de cualquier forma, pues la lumbre a base de jaras verdes que era lo que había a mano estuvo bastante ahumada y perfumada.





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