El cortijo de la Petronila.

   


                                                   

Por la década de los sesenta-setenta, teníamos por costumbre la pandilla de amigos, reunirnos a pasar la Semana Santa en el cortijo de  La Petronila. El grupo era de unos ocho o diez pandilleros.  En la mula torda y la burra de esta familia cargábamos las viandas, unos cabalgando y otros andando partíamos desde Quintana a pernoctar estos días.  El cortijo, distaba unos quince kilómetros del pueblo. Una vez que pasábamos el arroyo del Arrazao,  aquello que era la tierra sin ley pues la Guardia Civil muy raramente nombraban servicio por esos parajes,  el camino se había abandonado estando por muchos sitios intransitable para vehículos,  en cuanto entrábamos en las jaras, fuera la época del año que fuera, unas veces con Antoñillo Bermejo, otras solo,  nos poníamos a cazar al salto con los perros, los otros eran más jóvenes y no disponían de escopeta.
Por las noches, la fiesta consistía en rodear la lumbre y cantar flamenco, Bermejo por Juanito Maravillas, yo por A. Molina, del resto no recuerdo de alguno que se lanzara, quizás Alejandrillo. Las melopeas que cogíamos, a base de vino, eran de primera división, yo me ponía la garrafa de arroba a mi lado y con un vaso les iba dando a cada uno diciendo; " vaso por barba caiga el que caiga", los más ansiosos solían caer los primeros y se retiraban a la cama que distaban unos metros de la lumbre y más de una vez las vomitonas estaban por doquier.
Solían acudir a la fiesta Claudio Chalequillo, el hijo mayor del tío Baúles,  que tenía un cortijo más hacia los Vuelos.  Chalequillo era todo un personaje, tenía una podenca que se llamaba Mari y con la borrachera se iba a dormir a su cortijo siguiéndola pues de la vista no andaba muy allá y con la castaña menos. Le decía a la perra: - Mari coge la "verea", y la perra se ponía a un par de metros por delante y le indicaba el camino. También la tenía enseñada a buscar la navaja o el mechero, dejaba caer en el camino uno de éstos con intención y a un km o más le decía: - “Mari, el mechero se ha perdido”,  la perra cogía el rastro de sus pasos y se lo traía. Le tiraba muchas liebres a la perra pero menos le mataba, tenía unas gafas de culo de vaso, pues su visión era muy limitada. También le gustaba el perdigón y el muy tunante en los tangos de muchos puestos tenía hecho comederos y en la época de los bandos los aguardaba horas, hasta que entraban y el resultado os lo podéis imaginar. Su medio de locomoción para ir al Valle de la Serena su pueblo era su burro Apache donde acarreaba sus sustentos,  leña para guisar y calentarse. En aquellos años por allí no se conocía el butano ni la luz que no fuera del carburo o candil.
Otros que se apuntaban por las noches era Antoñito, hijo de la María, hermana de la Petronila y del Glorio,  este era muy nuevo y enseguida se mareaba con el vinate.
 Acudía también  mi primo Isidro Rodríguez, hijo de mi tío Benito que vivían en su cortijo, tenía un rebaño de ovejas churras y cerdos ibéricos, era un hombre buenísimo, igual que su mujer, la tía Rosa.  Una noche  le pinté la cara con el siguiente truco que yo de muy pequeño se lo vi a hacer a José el Garrido en la viña, se lo hizo al Mozo Cuerda. Al maestro Alejandro, marido de Petronila, le pedí una gorra bilbaína vieja y en el culo de la sartén la restregué bien para que se le pegara el tizne de la lumbre, aquella noche cuando estábamos reunidos en torno a la lumbre le digo a mi primo Isidro: -  Primo, la semana pasada estuve en Barcelona y me enseñaron un truco de magia, ¿quieres que te lo haga?.  - Venga primo Paco, amos allá. Nos sentamos en una silla uno frente a otro y lo puse al tanto en qué consistía. Maestro traiga usted dos boinas y una navaja, dele a mi primo una gorra y otra para mí, lógicamente a él le dio la que estaba con la tizne y la navaja. Vamos a ver, guárdate la navaja en el bolsillo y no la toques ehhhh, vale primo?. - Toma la gorra y lo que yo haga con la mía tienes tu que hacer. - Vale, vale. - La navaja pasará de tu bolsillo al mío.  - Jajaja primo Paco , ¿cómo?.  -  Yo diré, navajita vente y haré lo que verás con la gorra, tú dirás: navajita no te vayas y harás lo mismo con tu gorra. Tú dirás navajita no te vayas, ¿Vale?. - ¡Vale!. El primer viaje me pasé la gorra por la cara diciendo: - Navajita vente,  él hace lo mismo y dice:  -Navajita no te vayas, jjjj,  se puso como un cristo y los que estaban alrededor de la lumbre por los suelos meándose de risa,  así estuvimos con el vente y no te vayas hasta que se puso como un auténtico negro. El tocó el bolsillo que era lo que estaba yo esperando y le dije: - Has tocado la navaja, se jodió el truco ya no se viene. Él se mosqueó y seguimos con el vino, los demás se meaban de tener un negro por compañía sin enterarse él lógicamente. Pasado un tiempo, le digo: - Vamos a ver primo Isidro, ¿a qué te pinto la cara de negro con mi pensamiento?. - Anda allá. - ¿Quieres ?. - Venga. Lo puse delante y le dije: - Mírame a los ojos, cuento tres, uno dos y tres. ¡Ya está!.  Maestro, traiga un espejo. Cuando se vio no daba crédito, la gente por los suelos desternillándose de risa  y él me dice: -  Primo Paco, dime ese truco que mañana todo el que pase por el camino lo pinto de negro, al primero al tío Felipe  Chusquito. Así pasábamos las noches.

Mi primo hoy es un buen hombre tiene tres hijos, una hija guapísima casada y dos varones que tienen una buena ganadería de merinas en el  cortijo y naves que hizo en las tierras que le compró al tío Antonio Singorra, todos son como su padre, trabajadores y buena gente como Rodríguez  que son.

  También hacíamos algunas excursiones a los cortijos abandonados,  hoy casi todos derrumbados, el de Cavila, el de Jauja, Palitos, Culebrita, el del Colorao …,  a coger pájaros que se refugiaban y con la luz del carburo y una tabla hacíamos carne.
Nos gustaban mucho los  gazpachos en la barreña de encina y era todo un ritual hacerlos se le machaban una o dos cogutas ( cogujadas) asadas al majao, esa era una costumbre ancestral en los cortijos de los arrazaos, así como en vez de migar con pan se hacía con conejo asado cuando lo había.
Aunque íbamos bien previstos de viandas cuando llegaba el viernes la cosa estaba en las últimas, algunos abandonaban. Lo menos tres años recuerdo haber matado una liebre, y más o menos en el mismo sitio, en Puerto Ancho, cerca del olivar de Baúles. El sábado santo arroz con liebre, lo hacíamos en la solana del cortijo y nos poníamos como chotos.
Antoñillo y mi hermano Nano iban al cortijo de Pedro Antonio y la Vicenta, mujer de Luismi por un par de huevos pal gazpacho, los hartaba de leche de cabra y perrunillas. Tenían mucha cara y así escapaban de primera. Alguna vez me llevé un par de perdigones si la Semana Santa no era muy adelantada. Me acuerdo una mañana en la morreta de Socorro, que había un puesto en un villar me puse con el pájaro Cabezón y le hizo una faena a una perdiz viuda que la recuerdo como la mejor que escuché en toda mi vida de perdigonero. Le hizo de todo, guarrearla, águila, titeo, recibos con glúteo...hasta pisó el asentón como si la estuviera cubriendo, nunca vi otro pájaro hacerlo. Me tuvo hasta más de las once y no se la pude tirar, no entró en plaza. Este pájaro lo compró mi tío en Zarza de Alange y fue el que me aficionó de verdad a cazar esa modalidad. Era muñequero, ya contaré su historia.
 Allá pegando a Fuente Quemada hay un cortijo que tiene una historia que me la contó muchas veces el maestro Alejandro, es el cortijo de Taramón, vivían una familia del Valle creo que familia de la Petronila, pues bien a estos campesinos los fusilaron después de la guerra civil por ayudar a los guerrilleros,  pero realmente no fue su ayuda a estos sino a los guardias que se hacían pasar por ellos, la contrapartida creo que se llamaban. Los detuvieron como hicieron con muchos campesinos y los quitaron de en medio. Taramón era un hombre muy querido por todo el mundo, en su cortijo pernoctaban muchos cazadores y perdigoneros. Mi tío me contó que se empelotaba, se restregaba en el barro de las charcas, esperaba los jabalíes con el cuchillo y cuando estaban ocupados en sus baños pinchaba y mataba. Debió ser muy valiente y templado para hacer una gesta de tal  calibre.



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